domingo, 28 de febrero de 2016

EL ORIGEN DE UNA AMISTAD. AQUELLOS MARAVILLOSOS 80'S

Por Miguel Ángel Navarro

A medida que vamos entrando en años nos ocurre algo muy curioso. Nuestra vida se va volviendo tan rutinaria, que no guardamos los recuerdos con la misma intensidad que en épocas pasadas, generalmente en los años de loca juventud, cuando las vivencias son tan emocionantes que nos dejan una huella imborrable dentro del cerebro. Es frecuente que no recordemos algunas cosas de las vacaciones de hace un par de años, y sin embargo podemos precisar con todo lujo de detalles acontecimientos de hace treinta.
Algo así me ocurre a mí, ya que puedo situar en el tiempo el momento exacto en el que conocí a Ignacio como si hubiera ocurrido ayer.
Corría el año 1985 (joer, cómo pasa el tiempo!). Fue el miercoles 16 de octubre cuando animado por mi amigo JR, me dejé caer por el Grupo de Montaña San Jorge. Yo tenía 19 años y unas ganas locas de vivir nuevas experiencias. Así pues, todavía con la resaca de los pilares, y resonándome en la cabeza el concierto que el jueves anterior dieron en la Romareda Alaska y Dinarama con Gabinete Caligari, enfilé con decisión la calle Fernando Antequera y me planté en la sede que allí tenía el club.
Era un semisótano de uno de los edificios del grupo Salduba próximo al parque grande. Allí conocí y congenié de inmediato con una serie de "personajes" que rápidamente se convertirían en mis amigos. Qué digo mis amigos!, se convertirían en lo más parecido a una familia.
Entre aquellos personajes, Ignacio brillaba con luz propia. Vestido de cualquier manera, se hacía querer de inmediato con aquella sonrisa ingenua, cabellera eternamente despeinada, y una mirada pícara tras unas gruesas gafas siempre empañadas. Teníamos todos los ingredientes para caernos bien, pues compartíamos la pasión por la montaña, y una afición desmedida por la mecánica.
Ese fin de semana realicé mi primera salida con el club, pero no sería hasta el puente de Reyes cuando saldría por primera vez con Ignacio al monte.
Ese mes de enero de 1986, el día de Reyes cayó en lunes, por lo que disponíamos de todo un puente de tres días para disfrutar en la montaña. En aquella época no había demasiada información de lo que la meteorología nos iba a deparar. Teníamos la información del meteorólogo del telediario (el de la 1 o el de la 2. No había más), y existía un teléfono del centro meteorológico del Ebro, mediante el cual un contestador automático que se iba actualizando cada 12 horas, te relataba con voz monótona y cansina una previsión bastante genérica para el pirineo. Era lo que había...
Por todo ésto, no era de extrañar que los fenómenos climáticos más extremos nos sorprendieran en la montaña. Luego...salíamos como podíamos.
Un nutrido grupo de aguerridos montañeros enfilamos la carretera de Huesca, rumbo a la Selva de Oza. A bordo del Renault 6 de Pelacho y la SAVA de Ignacio, nos plantámos en el Valle de Hecho.  El alcalde de Hecho nos facilitó la llave de un refugio próximo al camping...y allí que nos dirigimos. Debido a que la carretera estaba cortada por nieve, tuvimos que dejar los coches aparcados unos kilómetros antes de llegar, ponernos las mochilas y...a abrir huella.
Nada más comenzar la caminata, a todos nos llamó la atención que Ignacio no llevaba una mochila como todos, sino dos.
- Ignacio, Ignacio. ¿Se puede saber por qué llevas dos mochilas? - dijimos todos.
- Pueeeeees, es que llevo muchas cosas. Y además he cogido un melón.
- ¿Un melooooooon? - dijimos a coro.
Pues sí, un melón. Todos andábamos con el peso restringido a mínimo, y el bueno de Ignacio cargaba con cajas de leche y galletas, hornillo grande, comida y más comida...y un melón que había cogido para repartirlo entre todos en el refugio. Así era él...
Una vez instalados en el gélido, gélido refugio, nos cayó a lo largo del puente lo que viene a ser un temporal de nieve espectacular. No paró de nevar y ventisquear hasta el día de marchar, lo cual no nos impidió una intentona al Castillo Acher en medio de una tormenta de nieve de órdago.
Normalmente, cuando dejas un coche aparcado a la orilla de una carretera cortada por nieve, y se pone a nevar, nevar y nevar...pues eso, que se te queda el coche atrapado.
Hoy en día, esas cosas no pasan porque, en primer lugar, el exceso de alertas por riesgo de nieve hace que la gente se quede ese finde en Puerto Venecia. Y Si aún así se te queda un coche atrapado en la nieve, sacas el teléfono móvil del bolsillo y exiges, despotricas, y pones firme al que te atiende al otro lado de la línea, que para eso pagas tus impuestos y su obligación es rescatarte, y deprisita!!.
En esa época, esas cosas se encajaban con deportividad. Entonces uno iba y sacaba la pala del coche, o el respaldo del asiento de la furgoneta, o lo que se le ocurriera...y se ponía a palear.
Tras varias horas paleando y empujando coches, y después haber avanzado lo menos 100 ó 200 metros...ocurrió el milagro. Un quitanieves militar se dejó caer por el lugar porque iban a abrir camino hasta el fondo de Oza, y nos salvó de quedarnos a vivir allí hasta el deshielo.

Ignacio a la izquierda, JR centro y yo a la derecha
Como había tanta nieve, la SAVA iba "panzeando" y perdió el escape enter0.

Pelacho poniendo cadenas en su bólido.


La mítica SAVA de Ignacio tras la nevada.

1 comentario:

  1. Fantastico relato de nuestras primeras aventuras. Gran memoria y fotos para no olvidar.
    Recordar no es vivir otra vez, pero se le parece.

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